“El hombre, nace libre, pero en todas partes está encadenado”
J.J. Rouseau
Desde el momento en que nace, el
hombre “depende de”, luego no es
libre. Nuestra libertad siempre es relativa. Está supeditada a alguien o a
algo.
Por el hecho de vivir en una sociedad dependemos de los demás, y ellos a
la vez, dependen de nosotros.
Vivimos, y desarrollamos nuestra
actividad, en una sociedad “libre”,
en la que rigen las reglas de la economía. Las leyes del “Mercado Libre”.
Pero ¿Qué es el “Libre Mercado”?
Es el que está basado en la
libertad que poseen de un lado los productores, para producir bienes y
servicios con los precios que consideren adecuados; y por otro lado los
consumidores para elegir libremente aquellos productos o servicios que deseen o
consideren oportunos para satisfacer sus necesidades.
Esta libertad de producción –
adquisición, genera en la sociedad además de un flujo económico, un amplio
abanico de relaciones sociales. Así, todo en la sociedad de libre mercado,
conocida como “Sociedad Capitalista”
o “Capitalismo” gira en torno a la
economía. Cuanto mayor sea la libertad económica, mayor será la libertad de los
miembros de esta sociedad.
En un sistema capitalista, cada
individuo, es libre de elegir la forma en que se integra en él. Puede optar.
Pero siempre sabiendo, que todo aquello que desee obtener, será a base de
esfuerzo y sacrificio. “Si quieres algo,
¡Gánatelo!” (Solía decirme mi madre).
Es ésta, una sociedad regida por
un estado mínimamente intervencionista. Buen ejemplo de ella, pueden ser los
EE.UU. de América (Hasta la destrucción
de las “Torres Gemelas”).
Tras la II Guerra Mundial, y como
consecuencia de la devastación y pobreza generadas por la misma, además de las
ansias expansionistas del comunismo en Europa, surge la necesidad de introducir
cambios en los modelos de estado vigentes, a fin de proteger a los individuos
de determinadas contingencias (paro, enfermedad, etc.) y garantizarles un nivel
de vida digno. Es entonces, cuando surge lo que conocemos como “Estado del Bienestar”, compatible con
el capitalismo. Sin embargo, esta “compatibilidad”, no deja de ser una
concesión al socialismo, puesto que implica un recorte en la libertad
individual. En cualquier caso, entre un capitalismo de sesgo socialista, y un
estado socialista, siempre es preferible el primero.
En el estado socialista, son los
órganos dirigentes, sus “iluminados
cerebros”, quienes marcan las pautas de vida. Determinan qué producir, y a
que precios vender, controlando los mercados. Qué debes estudiar, controlando
la educación. (Prueba de que es así, es el estado de la educación en nuestro
país tras tres décadas de “control socialista”). Qué debes saber, controlando
los medios de comunicación, (también de esto tenemos abundantes muestras en
España). El individuo, pasa a ser “subvencionado”, eliminando así el natural
espíritu de superación, que llega a desaparecer. La libertad, es sacrificada en
aras del “bien común”, y tú, ya no decides. El estado, que ha adoptado el rol
de madre, decide por ti. Te cuida, te protege. Todos conocemos a alguna madre
“posesiva”, de esas que permanente vigilan y apartan a sus hijos de todo mal,
impidiendo su natural desarrollo. Eso es el estado socialista.
Pero volvamos al “Estado del Bienestar”. La única forma de
llevarlo a cabo, es a través del intervencionismo modificando las reglas del
mercado. Y una vez que un estado, cualquiera que sea el objetivo, modifica unas
leyes, ya nada le impide seguir interviniendo en otras áreas. Lo que se traduce
naturalmente en el descontento. Descontento generalizado, ya que los sectores
“desfavorecidos”, se quejan de insuficiencia de recursos. Y los sectores
productivos se quejan de que los recursos que deben destinar al sostenimiento
de ese estado, cada vez son mayores, llevándoles a situaciones “límite”.
Desde mediados del siglo XIX, y
hasta bien entrado el siglo XX, se decía que el estado socialista, era la
preparación, el paso previo para la instauración del comunismo. Obviamente,
alguien debió considerar que ese paso no estaba exento de brusquedad, y lo que
se concibió en un principio como una solución a una situación insostenible: “El Estado del Bienestar”, se convirtió
en el primer paso para la implantación del socialismo.
La crisis que ahora nos azota,
comenzó “barriendo” tanto Europa, como EE.UU. Pero curiosamente, donde recaló
con más fuerza, y aún donde se quedó, al parecer con vistas a no marchar fue
en los países de la periferia: Grecia,
Irlanda, Portugal, España e Italia. La característica común a todos ellos, era
que sus economías descansaban por igual en el
sector agropecuario e industrial. Con excepción de Italia, donde la
industria tiene más peso, y España, cuyo potencial era la agricultura y
ganadería.
España, ya contaba desde mucho
tiempo antes del periodo democrático que vivimos, con unas condiciones de
cobertura social que nada tenían que envidiar al resto de Europa. La Población
española en la década de los sesenta, ya estaba cifrada en los cuarenta
millones, y era perfectamente sostenible. Hoy, apenas llegamos a los cuarenta y
cinco millones, y somos incapaces de sostener las garantías sociales.
Personalmente, no puedo apoyar,
ni lo haré jamás, ese supuesto “Estado del Bienestar”. Creo que cada hombre es
dueño de su destino. Y que la intervención del estado en la vida de los ciudadanos,
debe ser la mínima imprescindible. Es cierto, que los poderes públicos, deben
facilitar el marco adecuado, para que todos, sin discriminación alguna por
razón de su condición social, puedan acceder en igualdad de condiciones al
acceso a la educación. Siendo éste el punto de partida. La escuela pública,
como mínimo, debe tener la misma calidad que la privada. La formación, en el
primer periodo de la educación, y hasta finalizar la enseñanza secundaria,
gratuita. A partir de ahí, el acceso a la enseñanza universitaria, debería
contar con un adecuado programa de becas destinado a paliar las carencias
económicas. Nunca las intelectuales. Y digo esto, porque la tan manida
“igualdad”, tan solo es un romántico supuesto que se presta a los más variados
excesos. No, no somos iguales. No estoy diciendo que haya personas mejores que
otras, quien lo interprete así, yerra. Lo que debe entenderse (si se quiere),
es que somos diferentes unos de otros. Y esas diferencias físicas o psíquicas, hacen
que la pretendida igualdad sea una más de las muchas utopías que con nosotros
conviven.
Todos conocemos las leyes que
rigen en la naturaleza. En ella, se da la supervivencia de los más aptos. En
cualquier sistema social que se precie de ser “justo”, debería imperar el mismo
principio, es decir: el triunfo de los más capacitados. Si tenemos en cuenta lo
que ya se ha dicho antes relacionado con la sociedad capitalista, incluso el
individuo con aptitudes menos “elevadas”, podrá alcanzar sus metas si le pone
el debido esfuerzo y empeño. (Personalmente, conozco a muchos, que con el fruto
de su trabajo, se han pagado sus carreras universitarias, y…¡están vivos!). Si,
claro, les ha costado más, pero han llegado, y les queda la satisfacción, la
profunda alegría de saber que nadie les regaló nada. Esto, es algo, que muchos
de vosotros, ni tan siquiera os planteáis.
También, debe garantizarse una
adecuada asistencia sanitaria. La mejor que el estado pueda soportar, sin
esquilmar a sus ciudadanos. En una sociedad avanzada, no puede permitirse que
las personas sufran o padezcan por falta de la debida atención sanitaria. Pero
no todos (y volvemos a la igualdad), deben acceder en las mismas condiciones.
No pueden gozar de los mismos derechos o
más incluso (como ocurre en la actualidad), las personas que recién llegadas a
nuestro país se incorporan al sistema, que aquellos, a los que nos corresponden
por haber contribuido, además de por nacimiento y herencia (nuestros padres,
abuelos, etc. Contribuyeron a construir nuestra sociedad).
Y para el resto de las coberturas
sociales, que se mantengan aquellas que se pueda, y para las demás, está la
Sociedad Civil, que puede contribuir de modo voluntario a través de
fundaciones, ONG`s, o incluso a título individual con sus donaciones.
Habrá quién dirá, que esto, es
recurrir a la Caridad, a lo que se puede responder, si acaso no es Caridad la
que imparte el estado a través de sus instituciones, y con cargo a todos los
ciudadanos que honradamente se sacrifican a diario en el cumplimiento de sus obligaciones.
A esto pues, debe quedar reducido
el “Estado del Bienestar”, so pena, de que si se avanza en él, si no admitimos
su reducción, si seguimos negando la evidencia de que es insostenible si no es
a costa de elevar las cargas fiscales hasta extremos insoportables, no solo
perderemos ese “mínimo” que en líneas anteriores he expuesto, sino que
perderemos nuestra libertad. El socialismo, espera su oportunidad. Y lo que es
peor, cree que le ha llegado.
Hoy, crecen por todas partes
grupúsculos más o menos radicales que día a día van ganando fuerza tanto en las
calles, como en las redes sociales ante la debilidad y pasividad del gobierno.
El riesgo real, es que un día surja un líder, “un iluminado” capaz de
aglutinarlos. Ese día, dejaremos de pertenecer al mundo libre, para pasar a
engrosar las filas de países como Venezuela, Cuba, etc. Y, no, no es ese el
futuro que quiero para mis nietos.