De mi “post” anterior (creo
que se llama así): “Separación de Poderes”, puede extraerse como conclusión
final un “no hay salida”, como si la sociedad estuviese condenada a la
constante inferencia del poder político en el poder judicial. Realmente tal
condena existe, pero existe también la posibilidad de si no librarse de ella,
si al menos de que esta influencia sea menos nociva para el sistema.
La solución pasa como ya
cité, en que el primer cambio se opere no ya en el sistema, sino en el propio
individuo. De nada sirve una República, una Monarquía, incluso una democracia
asamblearia, si nosotros seguimos detentando la cualidad de “corruptible”.
La sociedad, según la
“Teoría del Contrato”, nace como consecuencia de un pacto entre individuos
mediante el cual cada miembro del grupo, cede su libertad a cambio de obtener
una mayor seguridad y estabilidad para desarrollar su trabajo.
La sociedad es pues la suma
de las voluntades singulares, que da como resultado un “ente” con voluntad
propia. Por tanto, cuanto mayor sea el “vicio” de esas singularidades, tanto
mayor será el vicio de la sociedad.
A esta reflexión ya llegó
Hobbes, quien siendo gran conocedor de la
condición humana, dejó entrever, que la sociedad participa de la miseria de las
partes que la conforman, y que tan solo un poder superior sería capaz de
controlarlas. Pero ese poder superior debía encontrarse por la vía del
“Contrato Social” por lo que, y proviniendo de naturalezas corrompidas, tampoco
está exento de la cualidad de “corruptible”.
Hobbes, imaginó un estado de
naturaleza previo a la formación de la sociedad, en el que el hombre, se guiaba
por su instinto de supervivencia y ponía a su servicio los medios necesarios a
su alcance, para lograr sus fines. Sin embargo, ese estado de naturaleza, no es
que sea previo, es que acompaña al hombre. Es, la naturaleza misma del hombre,
independientemente de que este se halle dentro o fuera de la sociedad. Y la
naturaleza humana, es ante todo egoísta. Pero un egoísmo impuesto por la
condición biológica que dentro de la
sociedad civil, si no queda sometido a la razón, si al menos puede ser
controlado por el Derecho.
La unión de los hombres en
una sociedad civil siempre será “artificial” porque responde a intereses
egoístas, y el simple consentimiento no basta, porque solo es válido mientras
exista un fin común. Una vez cumplidos los objetivos, cada cual vuelve a seguir
su deseo de poder. Esto deja claro, que la obligación que lleva al
consentimiento es débil, y que para mantenerla, es necesaria la intervención de
un poder coercitivo.
La cuestión entonces es
saber, si esa naturaleza egoísta desaparece, o al menos queda neutralizada en
la sociedad civil. Lo que queda claro, porque la experiencia así lo demuestra,
es que el “gen” del egoísmo prevalece, y seguirá perturbando la convivencia
mientras no se de a nivel individual una reforma de la moral.
Cada ser humano, se erige en
“juez” de lo suyo y de sus derechos, y así lo manifiesta sin mostrar a los
demás sus intenciones. Éste, es el “estado de guerra” hobbesiano, en el cada
cual debe estar armado contra los otros. Esta es la demostración que hace Kant en
oposición a Hobbes, para quien ese “estado de guerra” tiende a desaparecer en
la sociedad civil. El individuo, queda sujeto a las leyes.
Para Kant, no es suficiente
ese estado de naturaleza “jurídico”, y ve necesario introducir un estado de
naturaleza “ético”. Así, siguiendo a Kant, para lograr la paz dentro de la
sociedad deberán coexistir las leyes que regulan la convivencia externa, y la
ética como reguladora del instinto. La ética para el “ser”, y el Derecho para
el “deber ser.
Para los grandes teóricos
del Estado Hobbes, Feuerbach, Holbach, Marx -que se basaron en aspectos
materialistas para sus concepciones-
Kant, Fighte, Hegel -que asumen el aspecto idealista del ser humano-,
Locke con una visión empírica, y Rouseau que ofrece una visión romántica
idealizada (y a mi juicio mal interpretada), no les resultó tan difícil como
pueda suponerse elaborar sus teorías. Era una época en la que a pesar de
existir una incipiente lucha por “sacudir” del hombre los efectos de la
religión sobre la concepción moral, lo cierto es que esa moral de origen
religioso sin paliativos, marcaba la existencia diaria del hombre. Desde el
noble, al mendigo, la moral cristiana establecía claramente donde estaba el
Bien, y donde residía el Mal. Así, la premisa cristiana “No hagas a los demás,
lo que no desees para ti”, pasó a ser en Kant su imperativo categórico: “Obra
de tal manera….”
El problema surge hoy. Es
necesario retornar a una concepción del “Bien” absoluto descartando posiciones
subjetivistas, viendo a donde hemos llegado. Pero, ¿cómo saber cuál es el bien,
y dónde se halla tal cualidad, instalados como estamos en una sociedad regida
por el “Relativismo”?.
Si el Relativismo, rechaza
todo “absoluto” y establece que hay tantas verdades como visiones, es claro que
el primer paso para retornar a la idea del “bien” ya está dado por la propia tesis
relativista, a saber: Si el Relativismo
rechaza toda verdad universal, el propio relativismo deja de ser verdad, y por
tanto, absurdo.
Ahora la cuestión queda
reducida a establecer ¿Qué es el “Bien”?
Hoy, salvo en círculos
cristianos, la tendencia es a rechazar la moral “constitutiva” del hombre. Si
esto es así, el individuo, queda relegado a una mera masa biológica tan solo
distinguible de cualquier otro animal por su “superior” intelecto, en el cual
la moral, no es sino un añadido, un “ornamento”.
No quiero cansar al lector
con elucubraciones filosóficas o metafísicas acerca de la moral, la ética, el
bien o el mal. Pretendo tan solo aportar en este blog, soluciones sencillas a
problemas complejos. Algo, que a juicio de los expertos es imposible. Así pues,
diré, que tan solo pretendo dejar la puerta entreabierta, para que sea el
lector quien penetre e inicie “su” búsqueda.
Por encima de otro tipo de
consideraciones, convendremos en que todos entendemos la vida y la libertad
como valores superiores, integrantes de la constitución moral humana y que
ambos son necesarios para la prosecución de lo que Aristóteles calificó como
“El Bien Supremo”, aquello hacia lo que todas las cosas tienden: La felicidad.
Basta una simple deducción
lógica, para comprender que obtener la felicidad propia a costa de impedir
directa o indirectamente la de un semejante, rompe el principio de
“universalidad” del bien, por tanto, estaremos ante una mera satisfacción, pero
no ante la felicidad.
Siguiendo a Hobbes, el
hombre tiene una tendencia natural al mal, determinada por el egoísmo
biológico. Siguiendo a Kant, descubrimos que la tendencia natural del hombre es
el bien. Ambos tienen razón, el bien y el mal conviven en nosotros como una
forma “neutra”. No hay una natural predisposición hacia uno u otro concepto. La
inclinación hacia cualquiera de ellos, es fruto de la educación, entendiendo
educación como aquello que contribuye a la formación del hombre a nivel intelectual,
desde la adquisición de conocimientos, a la propia experiencia. Pero es el
hombre quien decide hacia dónde ir. Es en el interior de todos y cada uno de
nosotros, donde debe desarrollarse esa eterna lucha entre el bien y el mal. Que
triunfe el primero, dependerá de las “herramientas” de que se disponga, y del
uso que de ellas se haga.
Si pretendemos clavar un
clavo, sin usar un martillo, seguramente lo lograremos, pero primero,
tardaremos más, y segundo, entrará doblado.
Si pretendemos –como sociedad-
, que el individuo tienda al bien, no podemos, no debemos ocultar el uso de la
herramienta primordial en la cultura de Occidente: La religión. El
Cristianismo, es el “martillo” que todo hombre necesita para realizar bien su
tarea. Ocultar a nuestros hijos, y aún a nosotros mismos el Cristianismo y lo
que para nuestra cultura representa, es privarnos de la herramienta necesaria
para el cambio que en la sociedad debe operarse. Conocerlo, transmitirlo, no
implica la rendición al culto, ni la necesidad de conversión. Pero implica
indudablemente, una apuesta por la esperanza, una salida, que ahora está muy
lejana.
Así pues, la conclusión es
clara. O continuamos por la senda del “darwinismo” como meros borregos hasta
despeñarnos por el precipicio del absurdo, o facilitamos por encima de
prejuicios todas las herramientas a nuestros hijos, para que ellos decidan su
camino partiendo del pleno conocimiento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario