“La convicción de que tanto el
gobernador como el magistrado son enemigos natos del pobre y del débil; que en
cuerpo y alma se entregan al primero que se toma la molestia de sobornarlos, y
que sus actos no responden a otro motivo que su personal interés. La idea de
que los cargos se deben únicamente al favor y al dinero, y son buscados
únicamente para enriquecerse, estaba firmemente anclada en el ánimo de D.
Miguel de Cervantes y de la gran mayoría de los españoles de su época”
Morel-Fatio “La España de D.
Quijote”
“Un
juez que haga justicia, un funcionario desinteresado existen solo como pura
excepción. La regla, lo normal, es la venalidad, la corrupción, y la
incapacidad, por cuanto lo que para ello se requiere, no es mérito, ya que aquí
todo es obtenido sin él”
Etudes
sur L’Espagne Vol. I 1890
“Resulta tradicional en nuestro país,
que las autoridades públicas, no intenten hacer cumplir la ley, asegurar la
justicia, ampliar la cultura, incrementar la prosperidad o dirigir la historia
del pueblo hacia los destinos que sus peculiares genio y vocación le señalan.
Todo el que hable simplemente de lo que ha visto, podrá decir que los esfuerzos
realizados por algunos gobiernos para emplear en este sentido sus funciones han
sido efímeros, accidentales, y rápidamente sofocados. La diversidad de
programas, himnos, formas de organización y métodos para obtener el poder (…)
han continuado la ininterrumpida y sistemática propensión a reemplazar el
Derecho por la arbitrariedad, o la justicia y el buen ejemplo, por la sórdida
dominación de la mano que ha sido capaz de imponerse”
Prólogo de A. Maura a
“Oligarquía y Caciquismo” de Joaquín Costa
Lo tres párrafos anteriores constituyen una pequeña
muestra de los cientos de comentarios que diversos autores y personajes
políticos han vertido acerca de la política española en los tres últimos siglos
XVIII, XIX y XX respectivamente. Tras leerlos, nos damos cuenta de que en
realidad, estamos viviendo un “continuus”. Una historia, que por no haberse
cerrado el capítulo, no puede repetirse. Simplemente pues nos toca seguir
viviéndola. Es triste.
Al cuadro antes expuesto, se ha de añadir un elemento
más: La educación. Éste es a mi juicio el factor determinante que hace que una
sociedad avance, o como en el caso de la nuestra, simplemente deambule.
El bajo nivel de enseñanza, se remonta allá por el siglo
XVIII. Éste afectaba incluso a la Iglesia, que era la institución que durante
siglos ha monopolizado la enseñanza en España. Se dice, que el cardenal Borja,
cuando alguien le preguntaba en latín, respondía que él no había estudiado
francés. En 1773, la reputada universidad de Salamanca ignoraba a Descartes y
Newton. En sus clases de teología, se debatía acerca del “lenguaje de los
Ángeles” o sobre si el Cielo estaba hecho de “metal de campanas”, o bien era
una mezcla de “agua y vino” (cita: Ballesteros, T VI, pág. 288)
Hacia 1740, Felipe V propuso crear en esta Universidad
una cátedra de Matemáticas. Uno de sus profesores, el jesuita padre Rivera, se
opuso alegando que la ciencia era completamente inútil, y que sus libros debían
ser mirados como “obra del demonio” (cita: Altamira, T IV, pág. 257)
Olavide, comisario real de Carlos III, fue condenado por
la Inquisición a cumplir penitencia por defender públicamente el sistema de
Copérnico.
En 1806 se elaboró un proyecto de creación de escuelas
públicas en toda España, a semejanza de las propuestas por el hoy considerado
“padre de la pedagogía” Pestalozzi. Pero esta reforma, impulsada por un pequeño
grupo de “ilustrados” pertenecientes al Gobierno, fue rechazada por la Iglesia
y el pueblo, y nunca llegó a imponerse.
La Iglesia, era la encargada de instruir al pueblo, pero
nada más lejos de su intención que enseñar a leer o escribir. En sus escuelas, la
enseñanza se reducía a enseñar el Catecismo. El cura o párroco, leía un
párrafo, y los niños simplemente lo repetían una y otra vez hasta que era
memorizado. La actitud de los gobernantes a esta cuestión se resume en una
frase pronunciada por Bravo Murillo, ministro de Isabel II: “¿Ustedes desean que yo autorice una escuela
a la cual asistan los hijos de 600 trabajadores? ¡No en mis días! Aquí, no
necesitamos hombres que piensen; lo que necesitamos es bueyes que trabajen”
En 1854, se aprobó una ley por la cual todas las escuelas
primarias quedaban sometidas a la Iglesia y la enseñanza se hacía obligatoria.
Todo el panorama descrito anteriormente, da paso con
natural continuidad al siglo XX.
La pobreza, la miseria, unidas a la ignorancia, dan como
resultado una sociedad fragmentada en dos grandes bloques. De un lado, una capa
social minoritaria que controla el poder y la riqueza, y que apenas representa
el 20% de la población. Del otro, una gran mayoría de campesinos, jornaleros,
artesanos y demás que se debate entre la pobreza y la miseria.
Entre 1890 y 1910, la esperanza de vida de los españoles
se cifraba entre los 30 y los 35 años, y descendía hasta los 24 entre los más
desfavorecidos. La tuberculosis, era el “cáncer” de comienzos de siglo. Las
casas y las calles en que vivían estos tuberculosos, representaban en Madrid en
1910 el 79% del total y la ciudad era conocida como “la ciudad de la muerte”.
El Dr. Gimeno, expuso en el Senado la situación de la Inclusa
Madrileña en 1900 así: “Desde 1884, se observa el fenómeno de una espantosa
mortalidad falleciendo de cada 1.000 niños que ingresan en ella 850 antes de
cumplir los 5 años”
Las jornadas de trabajo para aquellos que tenían la
suerte de tenerlo, eran agotadoras, superando las 70 h. semanales y con
salarios de apenas 1 o 2 pesetas al día, lo que escasamente daba para
subsistir. Pero en el campo, la situación era aún peor; jornadas de 10, 12 o
incluso 16 horas diarias en tiempo de siega (de sol a sol), periodos de
inactividad de 4 a 6 meses según las zonas y 2 pesetas de media de jornal
diarias durante los meses de trabajo.
Las condiciones de
vida en general para las clases bajas, eran de una dureza sin igual en el resto
de Europa. Este fue el caldo de cultivo, en el que se desarrolló un odio
visceral de los jornaleros y trabajadores hacia los patronos y señores.
Cualquier idea revolucionaria, por descabellada que esta
fuera, estaba destinada a germinar. Pero así mismo, toda manifestación de
disconformidad, todo intento de huelga, era rápidamente sofocado por el
gobierno de turno, y con la máxima violencia posible. Cuando la fuerza no daba
el resultado apetecido, se recurría al soborno. En las últimas elecciones
celebradas por la República en 1936, miles de labriegos aceptaron dinero o
promesas de trabajo por parte de los caciques a cambio de votar a sus
candidatos. Esta era la práctica habitual para “ganar” unas elecciones.
Toda esta
situación, no representaba sin embargo una novedad en el panorama español. En
1780 decía Campomanes: “En Andalucía, los habitantes son en su
inmensa mayoría simples labriegos que solamente tienen temporal y precaria
ocupación y viven el resto del año sumidos en la miseria y la inacción por
falta de trabajo remunerado. Sus mujeres e hijos, no encuentran trabajo
tampoco, y todos ellos se amontonan en las ciudades y pueblos grandes y viven
de la caridad pública en un estado miserable de hambre; lo cual no se debe
desde luego a la infertilidad el suelo, ni está motivado por su pereza”
Cartas Político Económicas a
Carlos III
Dadas las condiciones sociales, la historia del siglo XIX
español es especialmente convulsa. Dos guerras civiles (Guerras Carlistas), un
sinfín de “pronunciamientos militares”, la Primera República, la Restauración,
etc. Además, y como prueba del descontento popular sucesivas sublevaciones de
trabajadores en 1840, 1855, 1857, 1861, y 1865.
En 1857, dirigidos por un grupo de estudiantes en Sevilla
que se autodenominaban “Socialistas” se sublevaron los jornaleros y
trabajadores de todos los gremios. Su aventura acabó en un baño de sangre
mandado por Narváez. Más tarde, en 1861 unos 10.000 labriegos se sublevaron en
Granada. Esta vez, fue O’Donnel el autor de la masacre. Los supervivientes de estas
matanzas, fueron los que recibieron las ideas anarquistas de Bakunin como “agua
de Mayo”. El anarquismo, comenzaba a ganar adeptos en España. Surgieron grupos
en Sevilla, Cádiz, Granada y Barcelona.
A todo esto en Basilea, se celebraba el Congreso de la I
Internacional y aquí aparecieron por primera vez disensiones entre los
partidarios de Marx y los de Bakunin. Marx, quería conquistar el poder para el
proletariado. Bakunin por su parte, deseaba eliminar todo rastro de poder.
Reducir el Estado a “su mínima expresión” hasta que llegase a desaparecer.
Esta lucha,
también tuvo su eco en España. Los partidarios de Marx, eran conocidos como
“autoritarios”. Muy pocos en número, pero contando en sus filas con algunos de
los mejores hombres de la Internacional. Editaban en Madrid un periódico; “La
Emancipación” y tenían algunos pocos seguidores en Sevilla y Granada.
Los seguidores de Bakunin, más numerosos se
autocalificaban de “colectivistas”, por esta razón los seguidores de Marx
pasaron a denominarse “comunistas”.
En Diciembre de 1871, llega a Madrid Paul Lafarge (yerno
de Marx). Venía huyendo de los restos de “La Comuna de París” y hablaba
perfecto castellano, pues había sido educado en Cuba. Se convirtió en
representante del Consejo General de la Internacional en España.
Al poco tiempo de llegar, atacó directamente a la Alianza
de la Democracia Social (sociedad secreta anarquista), hasta que logró su
disolución. (la pugna entre anarquistas y comunistas duraría incluso hasta la
Guerra Civil en 1936).Publicó los nombres de los miembros de la sociedad en La
Emancipación, que obviamente cayeron en manos de la policía. La reacción de los
anarquistas fue expulsar a los autoritarios (comunistas) de sus filas. En 1872
Marx, disolvió la Internacional y se trasladó a Nueva York después de expulsar
de ella a los “bakuninistas”. Así, en lugar de la Internacional Marxista, nació
la Internacional Bakuninista con sede en Suiza.
Los delegados españoles González Morago y Farga Pellicer
celebraron un congreso en el teatro Moratín de Córdoba el 26 de Diciembre de
1872. 54 delegados en representación de 516 sindicatos, 236 federaciones
locales, y 20.000 miembros aprobaron por unanimidad las conclusiones de Saint -
Imier (Suiza). Nació así la primera organización puramente anarquista en suelo
español. Todas las secciones tanto locales como sindicales que formaban la
federación fueron declaradas libres e independientes y con el único nexo de
unión de las relaciones personales de sus dirigentes.
Los anarquistas, y su sindicato la CNT (Confederación
Nacional de Trabajadores), jamás cobraban cuotas o pagaban sueldos. Su forma de
captar afiliados, era ser uno más. Pagaban los viajes de su propio bolsillo
cuando podían hacerlo, y cuando no, viajaban a pie. De este modo, llegó a tener
en 1936 más de un millón de afiliados.
Al margen de las ideas políticas o religiosas de las que
sus miembros en principio no debían abjurar, prevalecía la idea de conseguir
una mayor protección para los más desfavorecidos frente a los patronos. Aprovechando
los éxitos de sus huelgas, los dirigentes, poco a poco iban desplegando su
“credo”; los fines humanitarios, el odio a la Iglesia, sus “altos” ideales, y
las afiliaciones se disparaban.
Tras abdicar Amadeo de Saboya, se proclamó la República
el 1 de Junio de 1873. Francisco Pí y Margall dirigente del Partido Federal fue
elegido Presidente. Catalán, de familia humilde, banquero de profesión y
político de vocación. Admirador de Prohudon (Anarquista francés), y autor de
“la reacción y la revolución” publicado tras el derrocamiento de Isabel II, y
que versa sobre la iniquidad en el poder la cual, molestaba sobremanera a Pí:
“Todo hombre que
tiene poder sobre otro es un tirano”. Y sobre el orden dice: “El orden supone acuerdo, armonía,
convergencia de todos los individuos y elementos sociales. El orden, rehúsa
todos los sacrificios y humillaciones. ¿Puede llamarse orden a esa paz engañosa
que obtienes tajando con tu espada todo aquello que eres demasiado estúpido
para organizar con tu limitada inteligencia?...El verdadero orden, no ha
existido nunca ni existirá jamás, mientras tengas que hacer tales esfuerzos por
obtenerlo (…)
Esta condena de la
clase dirigente española, también fue realizada años más tarde por Ortega y
Gasset.
Pí y Margall, se negó siempre a usar la violencia. Creía
que si conseguía formar gobierno podría realizar sus deseos por medio de
reformas graduales:
“Puesto que no
puedo evitar el sistema de votos, recurriré al sufragio. Puesto que no puedo
evitar el contar con magistrados, haré que puedan ser cambiados. Dividiré y
subdividiré el poder, lo haré cambiable y conseguiré destruirlo”.
Las ideas de este primer presidente de la Primera
República Española eran anarquismo en su más pura esencia. La única diferencia
con Bakunin era que éste, abogaba por la revolución y no descartaba la
violencia. Pí por el contrario, predicaba un reformismo progresivo.
El programa federal que deseaba aplicar era federalista.
España, habría de ser dividida en once cantones autónomos. Estos se dividirían
en municipios libres e independientes entre si, quedando tan solo unidos por
pactos voluntarios. Unas Cortes Centrales elegidas por sufragio universal con
el objetivo de elaborar una constitución, y que una vez realizada esta tarea
perderían gran parte de su autoridad. Se eliminaría el servicio militar. La
Iglesia se separaría del Estado. La educación, gratuita y obligatoria. Jornada
laboral de ocho horas. Regulación por ley del trabajo de mujeres y niños.
Expropiación de tierras no cultivadas, y establecimiento de comunas de
campesinos.
El programa, nunca llegó a aplicarse. Apenas dos meses
después de tomar posesión de su cargo, estalló la guerra civil.
Pí y Margall escribió:
“El federalismo, es
un sistema por el cual los grupos humanos, sin perder su autonomía peculiar y
particular se asocian y subordinan en conjunción con otros grupos similares
para la consecución de objetivos comunes….Constituye por consiguiente la forma
más adecuada al carácter de nuestra nación, formada por provincias que en otros
tiempos fueron reinos independientes, y que incluso hoy en día se encuentran
profundamente divididas por sus diferentes leyes y costumbres. De aquí, que en
todas las grandes crisis que la nación ha atravesado desde el comienzo del
presente siglo, la primera cosa que le ha ocurrido ha sido que las provincias
han buscado su seguridad y sus fuerzas dentro de si mismas, sin perder de vista
la unidad esencial de todo el país”.
“Las Nacionalidades” – 1882
Cuando el Presidente Pí declaró sus intenciones en el
Parlamento, las provincias decidieron no esperar a la aprobación del programa,
y una tras otra se declararon independientes. Inspiradas en “La Comuna de
París” y en la creencia de que al igual que allí, la Guardia Nacional (El
Ejército) se les uniría. Barcelona, Valencia, Sevilla, Málaga, Cartagena,
Granada… y otras pequeñas localidades fueron así “estados soberanos” dentro de
la República Federal Española.
Como siempre, (ya forma parte del folklore), la
Iglesia fue el “chivo expiatorio”. Las iglesias permanecieron cerradas. Curas y
monjas no podían salir a las calles vestidos con sus hábitos. En Sevilla, la
Catedral fue reconvertida en Café-Bar. Se cargaron impuestos sobre los ricos.
Se expropiaron tierras. En algunos pueblos se declaró la independencia total, y
se repartieron fincas privadas y tierras comunales.
Sin embargo, la creencia de que el ejército les
apoyaría se desvaneció pronto y ante la inminencia de intervención, el
movimiento secesionista cesó como había comenzado; apenas sin incidentes.
El general Pavía tomó Sevilla en Julio de 1873 casi
sin resistencia. Las milicias republicanas se retiraron a Cartagena donde se
resistieron durante cuatro meses más. Cuando el sitio de Cartagena, último
bastión de los federalistas cayó en Enero de 1874 las Cortes ya habían sido
disueltas y la República había dejado de existir.
El papel que jugaron en estos acontecimientos los
anarquistas fue mínimo como organización. Es cierto, que existían similitudes
importantes entre las aspiraciones de anarquistas y federalistas
(republicanos). Pero los partidarios del federalismo, pertenecían o apoyaban al
Gobierno de la República y los anarquistas habían decidido ya en el Congresos
de Saint – Imier que no apoyarían como organización a ningún partido político.
Además, en las asambleas celebradas en Barcelona y Alcoy, decidieron que los
“internacionalistas” no tomarían parte como tal organización en ninguna acción política, aunque sus
miembros a título individual, podrían actuar como mejor les pareciese. Aún así,
se han de destacar los sucesos de Alcoy, en los que los anarquistas si tomaron
parte ya que sus motivaciones no eran políticas, sino sociales.
En 1873, en Alcoy la industria papelera, cuya
tradición arranca allá por el siglo XI, ocupaba a unos 8.000 trabajadores.
Estos, se habían convertido al anarquismo por obra de un maestro de escuela
apellidado Albarracín. Decidieron que había llegado el momento de ofrecer al
mundo el espectáculo de una huelga general, y reivindicaron en ella aparte de
mejoras salariales, la jornada de ocho horas. Los obreros, comenzaron a
negociar con los patronos, y cuando casi estaban a punto de conseguir sus
objetivos, el alcalde, que previamente había dicho que no intervendría, decidió
hacerlo poniéndose del lado de los patronos, y dificultando las negociaciones.
Grupos de trabajadores, comenzaron a concentrarse delante del Ayuntamiento, y a
exigir la dimisión del Alcalde. Un policía, asustado al ver la multitud
vociferante, abrió fuego. Se desató el infierno. Comenzó una lucha que duró 24
horas y que acabó con un saldo de más de 20 muertos entre ambos bandos, entre
ellos el Alcalde que fue decapitado, y su cabeza paseada por las calles
ofreciendo un dantesco espectáculo.
La prensa republicana de la época vertió sus mejores
tintas para cubrir la noticia. Por primera vez en España, un grupo que no
pertenecía a ninguno de los estamentos tradicionalmente revolucionarios
(Ejército, Iglesia, burguesía), se había manifestado como revolucionario.
Hablaban de personas arrojadas desde los balcones, violaciones, crucifixión de
curas, hombres quemados con petróleo, etc. Esta nueva organización “La
Internacional”, comenzó a ser realmente temida, y aunque ninguna de las
atrocidades que se contaron eran ciertas excepto la del Alcalde, el general
Serrano suprimió la organización en Enero de 1874 y sus miembros pasaron a la
clandestinidad.
A pesar de que su participación en el movimiento
federalista fue mínima, gracias a una hábil campaña de propaganda llevada a
cabo en Europa por el mismo Bakunin, se atribuyó a La Primera Internacional el
dudoso éxito del movimiento federalista en España.
Tras su disolución, el movimiento anarquista
sobrevivió en la clandestinidad tanto en Andalucía como en Cataluña, pese a
haber sido ilegalizados sus sindicatos.