miércoles, 12 de febrero de 2014

El Primer Paso Para Cambiar el Sistema

De mi “post” anterior (creo que se llama así): “Separación de Poderes”, puede extraerse como conclusión final un “no hay salida”, como si la sociedad estuviese condenada a la constante inferencia del poder político en el poder judicial. Realmente tal condena existe, pero existe también la posibilidad de si no librarse de ella, si al menos de que esta influencia sea menos nociva para el sistema.

La solución pasa como ya cité, en que el primer cambio se opere no ya en el sistema, sino en el propio individuo. De nada sirve una República, una Monarquía, incluso una democracia asamblearia, si nosotros seguimos detentando la cualidad de “corruptible”.

La sociedad, según la “Teoría del Contrato”, nace como consecuencia de un pacto entre individuos mediante el cual cada miembro del grupo, cede su libertad a cambio de obtener una mayor seguridad y estabilidad para desarrollar su trabajo.

La sociedad es pues la suma de las voluntades singulares, que da como resultado un “ente” con voluntad propia. Por tanto, cuanto mayor sea el “vicio” de esas singularidades, tanto mayor será el vicio de la sociedad.
A esta reflexión ya llegó Hobbes,  quien siendo gran conocedor de la condición humana, dejó entrever, que la sociedad participa de la miseria de las partes que la conforman, y que tan solo un poder superior sería capaz de controlarlas. Pero ese poder superior debía encontrarse por la vía del “Contrato Social” por lo que, y proviniendo de naturalezas corrompidas, tampoco está exento de la cualidad de “corruptible”.

Hobbes, imaginó un estado de naturaleza previo a la formación de la sociedad, en el que el hombre, se guiaba por su instinto de supervivencia y ponía a su servicio los medios necesarios a su alcance, para lograr sus fines. Sin embargo, ese estado de naturaleza, no es que sea previo, es que acompaña al hombre. Es, la naturaleza misma del hombre, independientemente de que este se halle dentro o fuera de la sociedad. Y la naturaleza humana, es ante todo egoísta. Pero un egoísmo impuesto por la condición biológica  que dentro de la sociedad civil, si no queda sometido a la razón, si al menos puede ser controlado por el Derecho.

La unión de los hombres en una sociedad civil siempre será “artificial” porque responde a intereses egoístas, y el simple consentimiento no basta, porque solo es válido mientras exista un fin común. Una vez cumplidos los objetivos, cada cual vuelve a seguir su deseo de poder. Esto deja claro, que la obligación que lleva al consentimiento es débil, y que para mantenerla, es necesaria la intervención de un poder coercitivo.

La cuestión entonces es saber, si esa naturaleza egoísta desaparece, o al menos queda neutralizada en la sociedad civil. Lo que queda claro, porque la experiencia así lo demuestra, es que el “gen” del egoísmo prevalece, y seguirá perturbando la convivencia mientras no se de a nivel individual una reforma de la moral.

Cada ser humano, se erige en “juez” de lo suyo y de sus derechos, y así lo manifiesta sin mostrar a los demás sus intenciones. Éste, es el “estado de guerra” hobbesiano, en el cada cual debe estar armado contra los otros. Esta es la demostración que hace Kant en oposición a Hobbes, para quien ese “estado de guerra” tiende a desaparecer en la sociedad civil. El individuo, queda sujeto a las leyes.

Para Kant, no es suficiente ese estado de naturaleza “jurídico”, y ve necesario introducir un estado de naturaleza “ético”. Así, siguiendo a Kant, para lograr la paz dentro de la sociedad deberán coexistir las leyes que regulan la convivencia externa, y la ética como reguladora del instinto. La ética para el “ser”, y el Derecho para el “deber ser.

Para los grandes teóricos del Estado Hobbes, Feuerbach, Holbach, Marx -que se basaron en aspectos materialistas para sus concepciones-  Kant, Fighte, Hegel -que asumen el aspecto idealista del ser humano-, Locke con una visión empírica, y Rouseau que ofrece una visión romántica idealizada (y a mi juicio mal interpretada), no les resultó tan difícil como pueda suponerse elaborar sus teorías. Era una época en la que a pesar de existir una incipiente lucha por “sacudir” del hombre los efectos de la religión sobre la concepción moral, lo cierto es que esa moral de origen religioso sin paliativos, marcaba la existencia diaria del hombre. Desde el noble, al mendigo, la moral cristiana establecía claramente donde estaba el Bien, y donde residía el Mal. Así, la premisa cristiana “No hagas a los demás, lo que no desees para ti”, pasó a ser en Kant su imperativo categórico: “Obra de tal manera….”

El problema surge hoy. Es necesario retornar a una concepción del “Bien” absoluto descartando posiciones subjetivistas, viendo a donde hemos llegado. Pero, ¿cómo saber cuál es el bien, y dónde se halla tal cualidad, instalados como estamos en una sociedad regida por el “Relativismo”?.

Si el Relativismo, rechaza todo “absoluto” y establece que hay tantas verdades como visiones, es claro que el primer paso para retornar a la idea del “bien” ya está dado por la propia tesis relativista, a saber: Si el  Relativismo rechaza toda verdad universal, el propio relativismo deja de ser verdad, y por tanto, absurdo.

Ahora la cuestión queda reducida a establecer ¿Qué es el “Bien”?

Hoy, salvo en círculos cristianos, la tendencia es a rechazar la moral “constitutiva” del hombre. Si esto es así, el individuo, queda relegado a una mera masa biológica tan solo distinguible de cualquier otro animal por su “superior” intelecto, en el cual la moral, no es sino un añadido, un “ornamento”.

No quiero cansar al lector con elucubraciones filosóficas o metafísicas acerca de la moral, la ética, el bien o el mal. Pretendo tan solo aportar en este blog, soluciones sencillas a problemas complejos. Algo, que a juicio de los expertos es imposible. Así pues, diré, que tan solo pretendo dejar la puerta entreabierta, para que sea el lector quien penetre e inicie “su” búsqueda.

Por encima de otro tipo de consideraciones, convendremos en que todos entendemos la vida y la libertad como valores superiores, integrantes de la constitución moral humana y que ambos son necesarios para la prosecución de lo que Aristóteles calificó como “El Bien Supremo”, aquello hacia lo que todas las cosas tienden: La felicidad.

Basta una simple deducción lógica, para comprender que obtener la felicidad propia a costa de impedir directa o indirectamente la de un semejante, rompe el principio de “universalidad” del bien, por tanto, estaremos ante una mera satisfacción, pero no ante la felicidad.

Siguiendo a Hobbes, el hombre tiene una tendencia natural al mal, determinada por el egoísmo biológico. Siguiendo a Kant, descubrimos que la tendencia natural del hombre es el bien. Ambos tienen razón, el bien y el mal conviven en nosotros como una forma “neutra”. No hay una natural predisposición hacia uno u otro concepto. La inclinación hacia cualquiera de ellos, es fruto de la educación, entendiendo educación como aquello que contribuye a la formación del hombre a nivel intelectual, desde la adquisición de conocimientos, a la propia experiencia. Pero es el hombre quien decide hacia dónde ir. Es en el interior de todos y cada uno de nosotros, donde debe desarrollarse esa eterna lucha entre el bien y el mal. Que triunfe el primero, dependerá de las “herramientas” de que se disponga, y del uso que de ellas se haga.

Si pretendemos clavar un clavo, sin usar un martillo, seguramente lo lograremos, pero primero, tardaremos más, y segundo, entrará doblado.

Si pretendemos –como sociedad- , que el individuo tienda al bien, no podemos, no debemos ocultar el uso de la herramienta primordial en la cultura de Occidente: La religión. El Cristianismo, es el “martillo” que todo hombre necesita para realizar bien su tarea. Ocultar a nuestros hijos, y aún a nosotros mismos el Cristianismo y lo que para nuestra cultura representa, es privarnos de la herramienta necesaria para el cambio que en la sociedad debe operarse. Conocerlo, transmitirlo, no implica la rendición al culto, ni la necesidad de conversión. Pero implica indudablemente, una apuesta por la esperanza, una salida, que ahora está muy lejana.


Así pues, la conclusión es clara. O continuamos por la senda del “darwinismo” como meros borregos hasta despeñarnos por el precipicio del absurdo, o facilitamos por encima de prejuicios todas las herramientas a nuestros hijos, para que ellos decidan su camino partiendo del pleno conocimiento.